Los trastornos de alimentación en los niños
A muchos niños, sobre todos a los adolescentes, les preocupa su aspecto físico y algunos se sienten acomplejados con su cuerpo. Esto es particularmente cierto durante la pubertad, momento en que experimentan importantes cambios corporales y en que han de afrontar nuevas presiones sociales.
Desafortunadamente en una proporción de niños y adolescentes que va en aumento, esta preocupación puede llegar a convertirse en una obsesión que, a su vez, puede derivar en un trastorno de la conducta alimentaria. Los trastornos de alimentación, como la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y otros, provocan fluctuaciones exageradas en el peso, interfieren en la vida diaria y pueden repercutir negativa y permanentemente sobre la salud.
Los padres pueden contribuir a que sus hijos no desarrollen este tipo de trastornos favoreciendo el desarrollo de autoestima y actitudes sanas en relación a la alimentación y el aspecto físico. Si le preocupa la posibilidad de que su hijo pueda estar desarrollando un desorden alimenticio, es importante que intervenga y busque atención médica adecuada.
Los trastornos de alimentación pueden darse también en niños muy pequeños. Un bebé de meses que come poco, que vomita, que tiene alteraciones del sueño y que no gana peso, por ejemplo. En la aversión alimentaria, los niños solo comen, por ejemplo, puré de un mismo color, de un sabor o de una textura concreta o incluso no mastican.
Cuando el pediatra descarta una causa orgánica es necesario analizar otros factores, como problemas de ansiedad de niños pequeños.
La pica es un tipo de trastorno de alimentación en el que existe un deseo irresistible de comer o lamer sustancias no nutritivas y poco usuales como tierra, tiza, yeso, virutas de la pintura, bicarbonato de sosa, almidón, pegamento, moho, cenizas de cigarrillo, papel o cualquier otra cosa que no tiene, en apariencia, ningún valor alimenticio.
Una intervención temprana en estos trastornos de alimentación en los primeros años de vida es fundamental para la prevención de posibles alteraciones en el desarrollo emocional del niño y en la construcción de un vínculo afectivo estable con sus padres.
El papel del psicólogo es clave para tratar al niño y trabajar con su grupo familiar, permitiendo romper el mecanismo de repetición que mantiene los síntomas de ese trastorno alimenticio.