La medicación en el ámbito de la salud mental infantil
Cualquiera que trabaje en el ámbito de la salud emocional conoce los datos acerca de la medicación: cada vez se incrementan de forma más notable los consumos de ansiolíticos y antidepresivos en población adulta en nuestra sociedad.
Desafortunadamente, lejos de ponerse los medios para que las personas conozcan mayores estrategias de autorregulación emocional, o desde niveles preventivos podamos trabajar para disminuir el malestar y la patología, estos consumos se están trasladando a la población infantil, con el riesgo de cronificar dificultades en vez de ayudar a resolverlas y con el riesgo que estos tipos de medicaciones tienen sobre un sistema nervioso que aún no se ha terminado de formar.
Como psicóloga, no tengo una ideología contraria a la medicación, es más, no considero que sea aplicable la ideología en cuestiones de salud; a veces es necesaria y en ocasiones es necesario ponderar el nivel de sufrimiento de una persona de cara a valorar los beneficios de la terapia psicológica vs. los beneficios de la terapia combinada (psicológica y farmacológica).
Tengo igualmente claro en el ejercicio de mi profesión que la terapia farmacológica no cura, palia. No cambia nuestras estrategias de afrontamiento ni los recursos con los que nos enfrentamos a cada situación de nuestro día a día. Contiene, pero no resuelve. Y a veces impide resolver, cuando medicarse es un recurso para no sentir y aprender a manejar nuestras emociones de una forma llevadera y sin comprometer nuestro nivel de bienestar.
Por eso me genera mucha incertidumbre y tristeza leer que nuestros niños cada vez están más medicalizados; porque con este tipo de medidas les privamos de la posibilidad de que aprendan a resolver sus dificultades de otra forma, o de aprender nosotros como padres a tomar conciencia, asesorarles mejor o construir una estructura más estable y funcional para ellos.
Desafortunadamente, lejos de ponerse los medios para que las personas conozcan mayores estrategias de autorregulación emocional, o desde niveles preventivos podamos trabajar para disminuir el malestar y la patología, estos consumos se están trasladando a la población infantil, con el riesgo de cronificar dificultades en vez de ayudar a resolverlas y con el riesgo que estos tipos de medicaciones tienen sobre un sistema nervioso que aún no se ha terminado de formar.
Como psicóloga, no tengo una ideología contraria a la medicación, es más, no considero que sea aplicable la ideología en cuestiones de salud; a veces es necesaria y en ocasiones es necesario ponderar el nivel de sufrimiento de una persona de cara a valorar los beneficios de la terapia psicológica vs. los beneficios de la terapia combinada (psicológica y farmacológica).
Tengo igualmente claro en el ejercicio de mi profesión que la terapia farmacológica no cura, palia. No cambia nuestras estrategias de afrontamiento ni los recursos con los que nos enfrentamos a cada situación de nuestro día a día. Contiene, pero no resuelve. Y a veces impide resolver, cuando medicarse es un recurso para no sentir y aprender a manejar nuestras emociones de una forma llevadera y sin comprometer nuestro nivel de bienestar.
Por eso me genera mucha incertidumbre y tristeza leer que nuestros niños cada vez están más medicalizados; porque con este tipo de medidas les privamos de la posibilidad de que aprendan a resolver sus dificultades de otra forma, o de aprender nosotros como padres a tomar conciencia, asesorarles mejor o construir una estructura más estable y funcional para ellos.